viernes, 3 de abril de 2015

Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda (Andalucía) entrevistado en Zurda Konducta.


Alberto Garzón: "La revolución pasiva que padecemos".

Todo cambia, nada permanece. Lo tenemos escrito y pensado desde la antigüedad, pues Heráclito de Éfeso ya nos explicó que no podíamos entrar y salir del mismo río pues ni nosotros ni el río seríamos los mismos. Pero también se ha escrito en la modernidad, y la tesis del materialismo histórico desarrollado por Marx pivota sobre esa constatación. Incluso lo cantó bellamente la gran Mercedes Sosa. Sea como sea, hay acuerdo en que todo cambia. Y los sistemas políticos no son ajenos a ese proceso. La pregunta más pertinente es ¿hacia dónde se cambia?
Comencemos por un punto básico. Las personas no nos relacionamos unas con otras en el vacío. Utilizamos instituciones, normas y reglas que nos evitan tener que empezar siempre desde cero. Por ejemplo, cuando queremos denunciar una injusticia vamos a un juzgado. Ese juzgado, con sus recursos y empleados, ya está ahí porque nuestra comunidad política ha creado y diseñado esa institución previamente. Y es que sería todo un fastidio tener que crear un sistema judicial nuevo por cada injusticia detectada. Ni el castigo a Sísifo superaría tamaña tarea.
Por eso, una comunidad política vive siempre en un ámbito institucional que tiene la apariencia de haber estado siempre ahí. De hecho nos parece natural que exista un cuerpo policial, un sistema educativo o sanitario e incluso un parlamento, pero lo cierto es que todas esas instituciones se tuvieron que diseñar en algún momento histórico. Esas instituciones rodean y envuelven nuestra vida cotidiana, pero también van cambiando.
Por eso puede afirmarse que será inevitable ver nuevos procesos constituyentes, es decir, procesos que constituyan nuevas instituciones políticas o que produzcan cambios radicales en los diseños vigentes hasta ese momento. Habitualmente estos procesos se refieren a la institución suprema, la Constitución, y por eso en España los hubo en 1912, 1931, o en 1978, por ejemplo. No obstante, no todos los procesos constituyentes son iguales. A veces los procesos constituyentes tienen una perspectiva popular que refleja las demandas y exigencias de las gentes más desfavorecidas, esto es, lo que llamamos comúnmente el pueblo. Así fue claramente en los casos de Francia entre 1789 y 1792, de México en 1917, de Rusia en 1918 y 1924, de España en 1931 o de Italia en 1948. Sin embargo, otras veces los procesos constituyentes son dirigidos desde arriba, desde las mismas élites que gobernaban las instituciones previas. Al margen de las numerosas contrarrevoluciones, el ejemplo más reciente y evidente de este tipo es el de la construcción de la Unión Europea.
Un proceso constituyente implica a su vez un proceso deconstituyente, porque la constitución de nuevas instituciones se hace sobre la deconstitución de las anteriores instituciones. Expresado vulgarmente, si quiero algo nuevo es porque no me gusta lo viejo o directamente no lo tengo; si quiero democracia real es porque la que tengo me parece ficticia o falsa. Por eso puede afirmarse que una crisis institucional es el reflejo de una enorme grieta, de un proceso deconstituyente abierto de facto.
Así pues, hay momentos políticos en los que las instituciones vigentes se ponen en cuestión. Es entonces cuando se abre el debate sobre cómo han de cambiar, y en ese momento diferentes proyectos políticos confrontan entre sí en torno al tipo de instituciones nuevas que hay que crear.
Transformación o revolución pasiva
Es evidente que en España hay un enorme desprestigio de las instituciones actuales, creadas fundamentalmente en el proceso constituyente de 1978. No hace falta abundar en muchos datos, pues la percepción de crisis institucional es total. Tal crisis institucional, al producirse paralelamente a una grave crisis económica deviene en lo que el histórico dirigente comunista Antonio Gramsci llamaba crisis orgánica. Y que nosotros, desde hace años, hemos convenido en llamar crisis de régimen. Ello es simplemente constatar un masivo sentimiento de indignación ante el sistema político vigente y los perversos efectos que produce sobre la vida de las gentes.
Gramsci sabía que la irrupción de una crisis orgánica sólo es posible cuando el bloque dominante, que en nuestro país está conformado por la élite económica y la élite política, es incapaz de resolver una grave crisis económica. En ese momento se pone en cuestión absolutamente todo lo político, y se abre una oportunidad para la transformación real. Si los más desfavorecidos, el pueblo, se saben organizar, pueden aprovechar para disputarle el poder al débil bloque dominante y convertirse ellos mismos en la nueva clase dirigente. Entrar por la grieta del sistema. Pero también puede suceder, claro está, que ese bloque dominante logre restaurarse y recuperar el control de la política.
Precisamente Gramsci llamó revolución pasiva a esta segunda opciónes decir, al proceso político cuyo objetivo es la reforma del sistema desde arriba. Esto es, donde el bloque dominante es el que dirige el inevitable cambio. Gramsci detectaba dos momentos en el proceso de revolución pasiva. El primero, la restauración. En ese primer momento el bloque dominante trata de bloquear la organización popular que crece al calor de las demandas políticas, evitando de esa forma una transformación radical del sistema desde abajo. El segundo, el transformismo. En este momento el bloque dominante recoge algunas de las demandas populares y las hace suyas, adaptándolas previamente a sus propias necesidades y confundiendo así a los ciudadanos indignados.
Un caso ejemplar de transformismo es el que realizó María Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha, cuando hace dos años y en mitad de la ola de indignación frente a la llamada clase política aprovechó para crear una ley electoral profundamente injusta. Se subió al caballo popular de la rabia, pero para cabalgarlo hacia sus propios y oscuros fines. Si la clase política era la culpable, quién se iba a oponer a bajarles el sueldo o reducir el número de diputados. Muy parecido al caso italiano, donde Mario Renzi recogió el caldo de cultivo creado por el movimiento 5 Stelle durante años. Renzi usó la ira popular contra la clase política, sí, pero para apuntalar el propio sistema político y sacar de la crisis al Partido Democrático. En realidad, los códigos primarios por los que un votante que simpatizaba con el 15-M pudo votar a Cospedal son los mismos. O por los que el votante se desplazó desde Beppe Grillo a Mario Renzi.
Es importante insistir en un punto esencial sobre la revolución pasiva. Ésta se produce porque comparte el diagnóstico de que hace falta un cambio. Es posible cuando el bloque dominante acepta también que las viejas instituciones ya no son suficientes ni adecuadas para mantenerles en el poder, y cuando entiende que han de actuar antes de que otro sujeto tome el control de la situación. Es decir, la característica crucial de la revolución pasiva es que surge para disputarle la dirección del cambio a las organizaciones populares.
La singularidad de esos momentos es que determinados proyectos antagónicos se disputan entre sí la victoria, pero coincidiendo todos ellos en el descrédito de las instituciones previas o, dicho de otra forma, en la necesidad de superarlas. En la necesidad del cambio. Esto es importante, porque significa que proyectos políticos antagónicos pueden compartir un espacio común: el de la necesidad de un cambio. El corolario sale rápido: si esos proyectos políticos no perfilan y distinguen sus propias propuestas ideológicas, y si se mantienen en el llano discurso de deseo de superación de instituciones preexistentes, entonces tales proyectos políticos pueden ser en gran medida intercambiables.
El caso español y la tentación populista
A nadie se le escapa que la cultura política nacida del 15-M fue una cierta cristalización de las demandas populares. El 15-M fue desde el inicio la manifestación de la frustración e indignación ciudadanas, que empezaba a revelar la crisis institucional en ciernes. Sobre ello hemos reflexionado durante años.
La irrupción de una fuerza nueva como Podemos fue un paso más en el proceso de manifestación de esa crisis institucional. Supieron canalizar la ira ciudadana, pero su estrategia de captación de esa ira –y sus votos- se basaba fundamentalmente en una controlada ambigüedad ideológica. Y esa era su fortaleza y su debilidad al mismo tiempo. Basándose en las tesis del argentino Ernesto Laclau, llamadas académicamente populismo de izquierdas, vaciaron ideológicamente el mensaje de tal forma que lograron atraer a un heterogéneo conjunto de potenciales votantes. Ni de izquierdas ni de derechas, insistían. Rompieron los códigos políticos tradicionales para atraer votantes, pero no incluyeron ningún elemento de pedagogía política. No se convencía a nadie sino que te convertías en espejo fiel de la indignación y de las ganas de cambio.
He ahí la diferencia estratégica fundamental con la izquierda clásica. La izquierda siempre se ha basado en la pedagogía y en la necesidad de convencer a las gentes trabajadoras de que hay que apoyar proyectos políticos de transformación real. Es absurdo decir que la estrategia de Podemos es gramsciana. Gramsci creía en los partidos políticos como promotores de una reforma moral e intelectual de la sociedad, y daba una importancia crucial a la creación de una nueva concepción del mundo. Es decir, la clave gramsciana es poner de acuerdo a la gente en torno a la necesidad de construir determinadas instituciones a favor de la mayoría social. La hegemonía gramsciana no es una cuestión cuantitativa –cuántos te votan porque se ven reflejados en tu discurso- sino cualitativa –si se produce o no la interiorización de tu concepción del mundo. Además, la hegemonía gramsciana no se construye únicamente discursivamente –en los medios de comunicación de masas-, sino sobre todo en la praxis –en el activismo social y sindical.
En el debate que mantuvimos en Fort Apache, y en el que estaban presentes los principales dirigentes de Podemos, hablamos precisamente de todo esto. También lo hicimos en cierta medida en el debate que mantuve con Pablo Iglesias antes de las elecciones europeas. La utilización de significantes vacíos tales como casta son hipotecas de cara al futuro. Se convierten en conceptos en los que la gente proyecta sus fantasías políticas –en sentido lacaniano-, pero sin mayor compromiso que ese mismo. Y, lo más importante, se transforma todo en un fenómeno reapropiable por otros sujetos políticos. Es decir, es el perfecto trampolín para facilitar el transformismo gramsciano que hemos descrito más arriba. Porque la estrategia es precisamente no ir más allá del deseo de cambio, pero ese es un espacio compartido con otros proyectos políticos.
No es lo mismo usar el concepto casta que oligarquía o burguesía. Cada uno de esos conceptos se inserta en un marco discursivo diferente, atrayendo más o menos en función de la ideología y la cultura política del receptor. Nos roba la burguesía no quiere decir lo mismo que nos roba la oligarquía nos roba la casta. Significan cosas diferentes para el receptor, que tiene su propia caja de herramientas ideológica para interpretar tales afirmaciones. Cuanto más vacío es el significante –y casta parece mucho más vacío que oligarquía o burguesía-, más gente simpatizará con el concepto. Pero esa gente no simpatizará con casta porque haya detrás una reflexión política que concluya la necesidad de una transformación de un tipo determinado. Simpatizará porque refleja sus propias fantasías de encontrar un enemigo que encaje en su propio relato.
Así, un uso discursivo de este tipo puede permitir atraer de forma rápida una gran cantidad de simpatizantes-votantes. Gentes que en principio no comparten nada salvo un nuevo marco discursivo basado en unos cuantos pilares –casta frente a pueblo- y la propia necesidad de un cambio. Por eso algunos calificamos, desde el aprecio y la honestidad intelectual, a Podemos como maquinaria electoral y no como organización política clásica. Eso sí, este es un rasgo común en todas las organizaciones –no sólo a Podemos- aunque sea en diverso grado, y que opera muy perversamente en la izquierda. Pero lo importante aquí es que mantenido en el tiempo, esa estrategia populista también crea agenda política y va configurando un nuevo sentido común.
Es fácil de ver. Al principio de la crisis las principales preocupaciones de la gente eran el paro y la economía. Tenían que ver con sus propias condiciones materiales de vida. Sin embargo, en el último período político la agenda política ha girado hacia casos de corrupción en los que la clase política la casta son los blancos perfectos. Cambian así las preocupaciones y las demandas populares. ¡Pero también los enfoques! Hablar de casta o clase política es situar el foco en el sujeto corrupto, pero obviando al corruptor. Algo que no sucede con otra terminología más contaminada pero más rigurosa como oligarquía burguesía. En todo caso, el eje de análisis se desplaza y así la dicotomía nuevo-viejo (que opera en toda crisis institucional y especialmente cuando existe a la vez una ruptura generacional) se empieza a describir en torno a la corrupción. Los viejos son todos corruptos, los nuevos todos limpios. Da igual si tiene eso sentido o no: el terreno de juego también cambia.
La respuesta del bloque dominante
Una máxima marxista es que el Estado opera como una unidad de decisión; es decir, no es neutral. Así, el bloque dominante no es un único partido político o una gran fortuna. El bloque dominante está presente, como poder, en varias fuerzas políticas y en determinados sujetos políticos. El bloque dominante es, en esencia, la oligarquía, y eso implica también al Gran Partido de Orden que conforman las direcciones políticas del PP y PSOE.
Pero si el terreno de juego había cambiado, y el eje nuevo-viejo era ahora el que operaba con más fuerza, entonces el bloque dominante tenía que responder para llevar a cabo su revolución pasiva. El primer paso, como vimos, fue bloquear la respuesta social desde abajo. Eso se consigue con más represión y más miedo, buscando la desmovilización. Pero también silenciando a la izquierda y promoviendo su fragmentación electoral. Todo ello eran estrategias previsibles. El segundo paso, el transformismo. Consistía en promover nuevas fuerzas políticas, y también a nuevos sujetos políticos dentro de las fuerzas antiguas, que compartieran la necesidad del cambio. Pero un cambio que no fuera desde abajo y revolucionario sino tranquilo, seguro y elitista. Un cambio que fuese, en realidad, recambio y no transformación. El cambio de rey, el apoyo a los nuevos liderazgos en el PSOE y el apoyo del poder económico a una formación como Ciudadanos son claros ejemplos. Dicho claramente: el IBEX-35 ha movido ficha. La estrategia de la Gran Coalición, de gran fama hace dos años, ha sufrido algunos cambios debido al desplazamiento que ha provocado el poderoso eje nuevo-viejo.
Pero la operación del bloque dominante es la misma: la restauración del sistema por medio del transformismo. De ahí que esté en marcha una suerte de segunda transición en España, pero dirigida por el mismo bloque dominante. Ese gran poder privado y salvaje que teme un cambio desde abajo y desde la izquierda y que quiere ajustar el sistema desde arriba y la derecha.
Si el análisis previo es cierto, y lógicamente así lo entiendo yo, uno puede extraer varias conclusiones:
  1. La tentación populista, como la llama Slavoj Zizek, es una mala respuesta para las clases populares. Sin duda puede ser efectiva en el corto plazo en términos electorales, pero promueve el pensamiento débil, las decisiones antidemocráticas (puesto que siempre requiere de un hiperliderazgo) y, sobre todo, crea un caldo de cultivo –un sentido común, un sentir y unas preocupaciones- que son reapropiables por sujetos políticos antagónicos que usen la misma estrategia pero con más recursos o acierto.
  2. La izquierda se ve fragmentada electoralmente y en gran medida desconcertada. Ello obliga a repensar las formas organizativas y los nuevos contextos y códigos políticos. Obliga, a mi juicio, a acelerar las reformas democráticas internas y la desburocratización de los procedimientos. Es decir, la recuperación de los principios republicanos-socialistas. La vuelta a los orígenes.
  3. La unidad popular aparece como el instrumento más útil para enfrentar contextos en los que el bloque dominante reacciona y también para construir en un contexto de oportunidad política. Pero ello sólo puede lograrse si la cooperación entre fuerzas sociales se practica de forma horizontal y no priman elementos propios de la vieja política y las camarillas burocráticas.
  4. Probablemente combatir el proceso de espectacularización de la política, donde los análisis se quedan en la epidermis del problema y triunfan los grandes titulares frente a la reflexión sosegada, tenga que ser combatido con más fuerza. Eso no significa abandonar los terrenos donde hoy se conforma la opinión pública, ni mucho menos, sino complementarlos con la presencia en los conflictos. Presencia que, salvo honrosísima excepciones, está siendo abandonada al calor del ilusionismo electoral del que muchos somos responsables.
El proceso constituyente sigue abierto. No es que no haya llegado o no vaya a llegar, como pretenden hacernos creer quienes todavía piensan en términos del siglo XX. Ya está aquí, porque todo cambia. La cuestión es hacia dónde se da ese proceso constituyente. Pidámosle a la izquierda, exijámonos a nosotras, altura de miras para estar a la altura del momento político. No nos jugamos las próximas elecciones sino las próximas generaciones.
Fuente: lamarea.com

Couso critica que la OTAN pida aumentar el gasto militar: “Es una desvergüenza que quieran gastar más en armas mientras se plantean recortes sociales”.

Couso avisa de que el ISIS está “cada vez más fuerte en el Mediterráneo” por la “política de injerencia” de EEUU y de “algunos gobiernos seguidistas” de la UEEl eurodiputado de Izquierda Unida Javier Couso ha criticado la propuesta que lanzó el lunes el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en su paso por la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo, quien llamó a aumentar el gasto militar “por las nuevas amenazas y retos como consecuencia del comportamiento de Rusia” y abrió las puertas a la entrada de Ucrania en la Alianza Atlántica.

Couso, que es vicepresidente de dicha comisión, cree que ha quedado claro que el secretario general de la OTAN está apostando “por elevar la tensión e impedir la buena vecindad entre los países europeos al abrir la puerta a una eventual entrada de Ucrania en la OTAN”, mientras que los socios se empeñan en mantener ” el incumplimiento de los acuerdos aceptados tras la disolución de la Unión Soviética [en 1991] y que iban encaminados a crear las condiciones para incluir a Rusia en el esquema de seguridad europeo, respetando su soberanía e intereses”.

Stoltenberg basó su intervención en la supuesta necesidad de que la OTAN y la Unión Europea cooperen para hacer frente a las “amenazas y retos” que surgen “como consecuencia del comportamiento de Rusia”, un país que, según él, “está llevando a cabo una guerra híbrida que incluye el uso de herramientas militares y no militares, como la información y los ciberataques”.

En opinión de Couso, “la que sale peor parada por esta actitud agresiva”, que además de la ampliación incluye la instalación del llamado escudo antimisiles, sería la UE, “que no puede normalizar una relación amistosa con un vecino que es, además, su principal proveedor de energía”. “Esta actitud favorece la hegemonía de los intereses angloamericanos a costa de los propios intereses europeos”, ha avisado.

El secretario general de la OTAN también justificó el incremento de la presencia de la Alianza en los países miembros fronterizos con Rusia como consecuencia del conflicto en Ucrania, algo que calificó “proporcional y defensivo”. Couso, sin embargo, cree que la valoración de Stoltenberg es “un análisis maniqueo de los acontecimientos en Ucrania y Crimea, que obvia el desplazamiento ilegal de poder en Kiev, el aumento de la disposición militar y las maniobras en los espacios de seguridad de Rusia, que sólo sirven para echar leña a un fuego que se debe apagar con distensión, justicia y verdadera fe en una buena vecindad que respete los intereses de unos y otros”.

Fue entonces cuando Stoltenberg solicitó un incremento en los presupuestos de defensa de los Estados miembros como consecuencia del “aumento de las amenazas”. Couso, muy crítico, opina que es una “desvergüenza” pedir esto, “en el momento en que nos encontramos, sufriendo grandes recortes sociales para pagar una estafa financiera mayúscula”. Un hecho que, para el vicepresidente de la Comisión de Exteriores, “incrementará la tensión en medio de un conflicto”, el ucraniano, “que afecta a Europa”.

“Un mayor gasto militar de un bloque como la OTAN sólo servirá para aumentar la cuenta de resultados de las empresas de armamento, algo indecente en la situación de emergencia social que vivimos los países de la periferia europea”, ha señalado.

Finalmente, ante las críticas realizadas por Stoltenberg al planteamiento del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, de crear un Ejército europeo, el eurodiputado de IU ha indicado  que “el secretario general es totalmente sincero al asegurar que lo que hace la UE es un mero complemento de lo que hace la OTAN”.

Para Couso, “en sus palabras queda claro que la finalidad de la OTAN es el tutelaje de Europa para evitar que pueda tener una política militar propia”. En esa línea, ha añadido que “sólo tendremos una Europa independiente si se sustituye una alianza militar supeditada a Estados Unidos por un sistema de seguridad común europeo que piense y defienda los intereses de los países europeos, preservando su soberanía y buscando activamente una defensa que defienda la paz y la cooperación en el marco de un mundo multipolar regido por el Derecho Internacional”.

martes, 31 de marzo de 2015

“La riqueza oculta de las naciones”, por Juan Hernández Vigueras – Consejo Científico de ATTAC España.

Ningún gobernante europeo niega hoy que el endeudamiento de algunos Estados europeos haya alcanzado niveles inquietantes, pero se silencia el auge del gran fraude fiscal en todos. Y Europa es la economía más afectada por la evasión fiscal porque “la impunidad de los defraudadores es prácticamente total” y “los paraísos fiscales nunca han gozado de tan buena salud como ahora”, sostiene este libroY lo prueban las más de cien imputaciones de políticos españoles por corrupción, vinculados con paraísos fiscales y delito fiscal. A partir de una investigación estadística, se nos ofrece una serie de reflexiones y conclusiones sobre las fortunas ocultas en paraísos fiscales, constituidas por títulos bursátiles y activos financieros. Y el autor, Gabriel Zucman, es un joven economista francés, profesor de la London School of Economics, a quien Thomas Pikkety agradece de modo particular su colaboración en la primera página de la su ya famosa obra “El capital en el siglo XXI”.
El libro de Zucman relata de modo ameno e interesante sobre cómo se produce la evasión fiscal en la gestión de las fortunas europeas con interesantes observaciones y conclusiones.
fraude y evasion 2Para empezar, sostiene que el secreto bancario en Suiza sigue vivo; y analiza cómo tiene lugar en Suiza la gestión de patrimonios extranjeros, consistente en la custodia de títulos financieros por cuenta ajena que los bancos suizos no contabilizan en sus balances simplemente porque no son suyos. De modo que hoy en día cerca del 60 por ciento de las fortunas gestionadas por las entidades helvéticas pertenecen a residentes de la Unión Europea. En 2013, las fortunas extranjeras en Suiza ascendían a 1,8 billones de euros, de los cuales un billón pertenece a europeos, según los cálculos del autor; lo que seria el nivel histórico más alto. Las cuentas numeradas, que fueron prohibidas para combatir el blanqueo de dinero sucio, han sido sustituidas por los trusts (fideicomisos), las fundaciones y las sociedades-fantasma. Y estos entes jurídicos ya no están domiciliados en Suiza sino en Panamá, las Islas Vírgenes británicas, Liechtenstein u otros paraísos fiscales, aunque la Confederación Helvética pilota el gran circuito de la gestión internacional de las fortunas; y el mayor número de esas sociedades instrumentales se crea desde Ginebra. El libro deja fuera el análisis de la política de la Unión Europea sobre tratados comerciales con Suiza, que ha fortalecido su estatus histórico de paraíso financiero. Las declaraciones oficiales y noticias desinformativas son, pues, desmentidas por una realidad idéntica a la que referimos en nuestro libro que Akal publicó hace más de diez años.
Ahora que Jean-Claude Juncker es el presidente de la Comisión Europea y hemos sabido que durante sus dieciocho años de primer ministro de Luxemburgo firmó 548 acuerdos fiscales con una trama de multinacionales para defraudar al fisco de sus socios europeos, tenemos que destacar las páginas dedicadas al “paraíso fiscal de los paraísos fiscales”. El Gran Ducado, cofundador de la Unión Europea cuando se llamaba Comunidad, y cuando su siderurgia lo era todo y las finanzas no eran nada, actualmente no sería nada sin la industria financiera offshore, para no residentes. Y como colonia de la industria financiera internacional, Luxemburgo está en el centro de la evasión fiscal europea y paraliza la lucha contra esta plaga desde hace decenios; y convertido en una de las primeras plazas financieras del mundo, vive de comercializar su propia soberanía. Finalmente se apunta lo que el autor llama un plan global de actuación contra la evasión fiscal; que incluiría la elaboración de un catastro (sic) financiero mundial o registro mundial de títulos financieros, como elemento de control para poder tasar las fortunas. Y se acompañaría de un intercambio automático de información fiscal entre países, similar al de la ley estadounidense FATCA de 2010-2013, que permitiría un impuesto global progresivo sobre las fortunas. Resumiendo: lectura recomendada para gentes honradas.

GUE/NGL. "Juventud y Exilio: la lucha por el derecho a volver"


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